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Friday, July 18th, 2025
the Week of Proper 10 / Ordinary 15
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Bible Commentaries
El Comentario del Púlpito de la Iglesia Comentario del Púlpito de la Iglesia
Declaración de derechos de autor
Estos archivos están en dominio público.
Texto cortesÃa de BibleSupport.com. Utilizado con permiso.
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Texto cortesÃa de BibleSupport.com. Utilizado con permiso.
Información bibliográfica
Nisbet, James. "Comentario sobre Amos 8". El Comentario del Púlpito de la Iglesia. https://studylight.org/commentaries/spa/cpc/amos-8.html. 1876.
Nisbet, James. "Comentario sobre Amos 8". El Comentario del Púlpito de la Iglesia. https://studylight.org/
Whole Bible (27)Individual Books (2)
VersÃculos 1-14
LOS USOS DE LA ADVERSIDAD
"He aquÃ, vienen dÃas, dice el Señor Dios, en que enviaré hambre a la tierra, no hambre de pan, ni sed de agua, sino de llevar las palabras del Señor".
Amós 8:11
I. Si la adversidad probó y zarandeó a los hombres, la prosperidad probó y zarandeó mucho más a los hombres. âDonde la adversidad mató a miles, la prosperidad mató a decenas de miles. Los poetas y moralistas se habÃan detenido en los dulces usos de la adversidad: los malos usos y abusos de la prosperidad proporcionarÃan un tema mucho más elocuente. La adversidad era una medicina amarga, pero era en vano pensar que la salud podÃa conservarse si no se administraba en un momento u otro.
La prosperidad era un trago agradable, pero una complacencia continua en ella seguramente afectarÃa la salud y socavarÃa la constitución misma del alma. Al hacer de la prosperidad mundana el único objetivo de su vida, los hombres desmentÃan sus propias experiencias más verdaderas de felicidad real. Olvidaron que los momentos más felices de sus vidas no habÃan sido momentos de prosperidad exterior. En su mayor parte, las gloriosas revelaciones habÃan pasado por algunas pruebas difÃciles cuando sus cabezas parecÃan inclinadas bajo los severos juicios de Dios; habÃa sido en la primera hora de su soledad, cuando un repentino duelo habÃa dejado sus corazones vacÃos y afligidos; habÃa sido cuando yacÃan postrados en un lecho de enfermedad, o la vida temblaba en la balanza; habÃa sido cuando un desastre imprevisto habÃa ensombrecido algún plan cuidadosamente elaborado, o los habÃa despojado de alguna ventaja mundana;
Momentos felices estos, mucho más felices que semanas y meses de su próspera vida cotidiana, porque ahora la pantalla habÃa caÃdo de lo invisible, y el cielo ya no estaba fuera de su vista por los encantos, los placeres y los éxitos del presente. Como Dios trató con Israel en la antigüedad, asà se habÃa ocupado de ellos. Los habÃa sacado de la tierra de servidumbre y los habÃa llevado al desierto, al desierto de esperanzas rotas, de afectos desconsolados, de amargas desilusiones, y asà también les habÃa hablado cómodamente, hablado con la voz de un padre, hablado en acentos de infinita ternura y amor. En este castigo habÃan reconocido la mano de su padre; por primera vez, quizás, les habÃa revelado los privilegios y las glorias de su filiación.
II. Como sucedió con los individuos, también sucedió con las grandes masas de hombres. âLa prueba más severa para la moralidad de un pueblo fue un largo perÃodo de prosperidad; el instrumento más eficaz en la purificación de un pueblo fue el ataque agudo de la adversidad. La depresión comercial y las desorganizaciones sociales, con todas sus miserias concomitantes, fueron una disciplina y un correctivo de la mano de Dios, por medio del cual Ãl podrÃa traerlos a lo mejor de sà mismos.
Este castigo es necesario después de un perÃodo de prosperidad casi sin igual. Pero, por doloroso que hubiera sido en el presente, habÃa dado abundantemente el fruto de la justicia, porque durante tal temporada de prueba, no pocos maestros y hombres aprendieron el sacrificio y el autocontrol, que toda una vida de altos salarios y las grandes ganancias hubieran sido impotentes para enseñar. Tal fue, al menos, la lección que se aplicó a Israel en los dÃas del profeta Amós.
Nunca desde la secesión de las diez tribus habÃa sido mayor el bienestar material de la nación. Tanto el rey como el pueblo podrÃan haberse felicitado por la situación actual de la nación. Fue precisamente en esta crisis cuando apareció en escena el profeta Amós. Pero aunque estaba en una temporada de prosperidad sin igual, la prosperidad de Israel no era la carga de su mensaje; aunque los ejércitos de Jeroboam habÃan triunfado notablemente, no felicitó por estos triunfos.
Toda su profecÃa fue un lamento prolongado, una elegÃa ininterrumpida, el canto fúnebre de una religión moribunda, una dinastÃa en decadencia y un reino que expira. Porque la prosperidad estaba entonces haciendo su trabajo. El lujo, la juerga y el placer eran desenfrenados; la moralidad comercial era baja, abundaban los pequeños fraudes en el comercio; las leyes se administraron en beneficio de los poderosos; los pobres fueron aplastados por la tiranÃa de los ricos.
Un moralista severo podrÃa haber encontrado mucho que lamentar y denunciar en los vicios de la época; un polÃtico con visión de futuro, basándose en una larga experiencia, podrÃa haber discernido de estos elementos del desorden social los sÃntomas de una enfermedad que, si no se detuviera a tiempo, conducirÃa a la ruina final del Estado. Pero el profeta, con un ojo más agudo y una gama más amplia de sabidurÃa, pronunció con firmeza y sin vacilar el resultado: en medio del triunfo de los ejércitos, en el mismo arrebato de la autocomplacencia exitosa, anunció la catástrofe como inminente.
La prosperidad habÃa alejado los corazones de Israel de la verdadera religión de su Dios, y necesitaba los profundos usos de la desolación y el cautiverio para castigarlos y llamarlos de regreso. Pero todo esto mientras Israel no habÃa estado sin religión; si no habÃan escuchado las palabras del Señor, al menos habÃan profesado Su nombre. No era el objeto de su adoración, era sólo el carácter de su servicio lo que fallaba.
Porque (1) El culto de Israel habÃa degenerado en una religión de conveniencia polÃtica, una religión de vida convencional; se habÃa adaptado a las exigencias, sÃ, ya los vicios de la época. Contempló complacido el lujo, la opresión, la indolencia, el descuido, la deshonestidad que prevalecÃa en todas las manos; no tenÃa palabra de esperanza, ni idea de remedio para los alarmantes males sociales de la época; la riqueza desbordante aquÃ, la pobreza abrumadora allá.
(2) La religión de Israel era formal y material; no se pensaba en él excepto en un sentido exterior y material en los dÃas de prosperidad, y cuando en su cautiverio y en las pesadas pruebas sus corazones se volvÃan hacia él en busca de consuelo, en lugar de encontrar consuelo y ayuda, solo veÃan una sombra vaga e indistinta. La experiencia de Israel fue la experiencia de todos los que adoraron a la manera de Israel.
En el momento de la prueba buscaron la palabra de Dios y no pudieron encontrarla. No buscaron la presencia de su Padre cuando su rumbo era suave y uniforme, y en su hora de peligro se les retiró de los ojos. En este sentido, los hombres no podÃan vivir sólo de pan, que el corazón humano clamaba por un alimento más duradero que el que podÃan producir los frutos de la tierra; que tarde o temprano, en este mundo, o en el próximo, la ausencia de este sustento celestial debe ser percibida por ellos como una hambruna más abrasadora que la hambruna de pan, y una sequÃa más ardiente que la sequÃa del agua que les habÃa traÃdo juntos para la ceremonia de ese dÃa.
Digan lo que digan algunos hombres, sus fábricas, sus talleres, sus embarcaciones y sus minas de carbón, incluso sus museos y sus salas de conferencias, no podÃan satisfacer las necesidades más profundas de los hombres. Los instintos más elevados de su naturaleza quedaron hambrientos todavÃa. La Iglesia, por tanto, se levantó como un centro local, en torno al cual se reunieron los afectos espirituales y la vida del barrio.
Obispo Lightfoot.